TORO, SALVAJE
De puente a puente y de fuente en fuente por la ribera toresana
©Texto y fotografía: JAVIER PRIETO GALLEGO
No cabe duda de que la gran joya de Toro es su inconmensurable colegiata. Tampoco de que su pórtico de la Majestad da para estar embobado un rato más que largo. Por si no fuera ya suficiente gancho, la ciudad de Toro atesora una valiosa colección de rincones a los que no debería dejar de irse: como la iglesia de San Salvador y el museo de arte sacro que acoge en su interior; o el monasterio del Sancti Spiritus –y el encantador museo que también alberga dentro-. Por no hablar de un callejeo que, entre vino y vino, asoma a los muros de su anciano alcázar, con largas vistas sobre la ribera del Duero y el quiebro de noventa grados que le rinde el río; al arco del Reloj, levantado sobre el cincho amurallado y hoy en el cogollo monumental de la ciudad; a la fachada huérfana del Palacio Testamentario, fundamental para la historia de España porque tras esas puertas se promulgaron las 83 Leyes de Toro, sobre las que se fue construyendo el actual Código Civil; al ábside mudéjar de San Lorenzo; al Real monasterio de Santa Clara o al rosario de templos que fueron apuntalando la fe de los toresanos. Y sólo por citar algo de lo más sobresaliente.
Por eso es raro raro que alguien de entre quienes se llegan a Toro picados por la mosca de la curiosidad turística deje tiempo para recorrerse la senda asilvestrada que corre por la orilla norte del Duero, de puente a puente, entre el de Hierro y el medieval de piedra. Y sin embargo, para las almas sensibles a los vericuetos ribereños supondría un remate más que digno a un día de arte, buena gastronomía y naturaleza en esta histórica ciudad.Mucho mérito tiene, además, el empuje de la asociación toresana ProCulto, que no ha cejado en el empeño de desbrozar los cerca de 2 km que median entre un puente y otro hasta dejar expedita la entretenida senda que corre junto a las anchas aguas del Duero por el medio de un espeso y añejo follaje. Es más que recomendable, para aprovechar el tiro del paseo ribereño, llevar de la mano una guía de plantas silvestres que ayude a desenmarañar el lío de arbustos, árboles que hacen de dosel y alfombra todo a lo largo. Si no se dispone de ella, el reguero de paneles que ha plantado la asociación junto a las especies más emblemáticas de la ribera brindan también una entretenida lección botánica.
Aunque puede empezarse por donde se quiera, el punto de inicio sugerido para el recorrido esta junto al puente de Hierro. Para llegar hasta él hay que salir de la ciudad por la N-122 en dirección a Zamora. Casi al final de la cuesta está el desvío señalizado hacia Salamanca y en su arranque el puente de Hierro construido a principios del siglo XX en un alarde de modernidad y progreso que vendría a desahogar los achaques del paso medieval.
Uno de los alicientes del paseo es ir saludando al rosario de pequeñas fuentes que vienen a manar en esta orilla. De mayor o menor envergadura, en el pasado eran bien frecuentadas y conocidas por los toresanos, y al empeño de ProCulto se debe el milagro de un rescate que parecía imposible, tras décadas de abandono en las que la maleza y el cieno las habían dejado ocultas y olvidadas. Todas ellas comparten una temperatura algo más elevada que la de las aguas del río, lo que parece indicio de que proceden de un acuífero común, el que corre bajo el teso arcilloso que sustenta la ciudad de Toro. Se inicia el rosario con la monumental sorpresa del lavadero de San Tirso. El volumen y dimensiones de las pilas dan idea de la convocatoria que tuvo hasta bien pasada la mitad del siglo XX. La Junta Municipal de Beneficencia era la encargada del cuidado de este y de otro pilón que aún esta oculto por la maleza, y a ella iban a parar las tasas que implicaba su utilización. De ahí en adelante la senda, apretada por una feraz vegetación que deja ver el río como a través de verdes ventanales, hilvana la fuente de La Teja con la de la Huerta de Carazo, en un ameno desahogo que recuerda el uso dado en el pasado por un viejo ferroviario aficionado a la horticultura. El pasillo verde conduce después al apartado “rincón del poeta”, un banco solitario con vistas al río en un recodo que parece propicio a la melancolía y la inspiración.
Más tarde la senda sube hasta la vía del ferrocarril para, tras el paso por un antiguo almendral, sorprender con la estampa casi interminable del puente de piedra: 22 arcos más o menos remendados llevan de una orilla a la otra. Y aunque sólo fuera por acercarse hasta este histórico puente, el recorrido por la senda ya habría merecido la pena. No es lo mismo verlo desde los miradores que hay junto a la colegiata que recorrer su lomo gastado por el paso de los siglos. Hay quien llega a retrotraer sus orígenes al tiempo de los romanos, si bien apenas quedarían restos visibles de aquella época. Lo que hoy puede pasearse es, más bien, de los siglos XII y XIII, el momento en el que se toma en serio la construcción de un puente que logre salvar el ancho curso del Duero a su paso por Toro, justo en el punto en el que el río parece arrepentirse de su rumbo para hacer un regate en toda regla, un giro de noventa grados que deja la ciudad a salvo de su embestida. Para ello fue necesario el auxilio de esos 22 arcos. Los 17 que arrancan en la orilla derecha son los más antiguos. Desde entonces se convirtió en el principal punto de acceso a Toro para quienes llegaban del sur. Jubilado ya de aquel papel hoy juega el de punto de encuentro de quienes bajan hasta él para el paseo vespertino o a probar suerte al anzuelo. Algo por encima queda también otro ilustre manadero toresano, la Fuente del Caño, con hontanar de piedra a modo de pasillo abovedado.
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EN MARCHA. El punto de inicio del paseo se localiza junto al puente de Hierro que salva el paseo en el arranque de la carretera de Salamanca.
EL PASEO. El sendero de la ribera norte del Duero recorre 1.700 metros de ribera a los pies del teso en el que se ubica la ciudad de Toro, entre los puentes de Hierro y medieval. La asociación ProCulto ha acondicionado el recorrido limpiando el sendero de maleza, recuperando fuentes tradicionales e instalando barandillas y escaleras para hacer más accesible el recorrido. Muy instructivo para los niños. Los paneles ubicados en distintos puntos del recorrido ofrecen información exhaustiva sobre las principales especies botánicas. El recorrido entre un puente y otro puede hacerse en una media hora. Más información en la web www.proculto.com.
DORMIR. Tel. de información turística: 902 20 30 30.